Desde Trujillo nos llega este vino perteneciente a la bodega homónima. Se trata de una bodega que ha apostado por la alta tecnología para hacer vinos de mucha calidad, con ediciones limitadas de sus productos.
Su modernidad se aprecia ya en el diseño de la botella. En la etiqueta aparece escrito: pomelo, grafito, frambuesa y casis (el casis es la grosella negra).
Lo abrimos. La capa es altísima, azabache. Lo olemos. Explota nada más escanciarlo. Los aromas antes citados aparecen con facilidad, aunque el pomelo no lo tenemos tan claro y, con el paso del tiempo, se intensifica el grafito (como a mina de lápiz).
En boca también impresiona. Goloso a más no poder (mermelada líquida) y suavísimo. La carga alcohólica le da una untuosidad impresionante.
No podemos dejar de hacernos alguna que otra reflexión. ¿Hasta dónde van a llegar los límites de la enología? Es tan perfecto que casi resulta irreal. La verdad es que está muy bueno, pero queremos defender también a esos vinos más artesanos, más austeros, más difíciles de beber; aquellos vinos que requieren tiempo en la copa y que no se deben perder.
Una última sorpresa tiene que ver con el precio. En una bodega lo hemos visto a 44 euros. Sin embargo lo hemos bebido ¡en dos restaurantes distintos! a unos 27. Nos cuentan que parece ser que la bodega ha tenido problemas con la crisis económica actual y que han tenido que bajar precios. Por lo tanto hay que estar atentos a posibles ofertas.
Esperamos que lo disfruteis.
¡Salud!
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