La denominación VORS para un vino de Jerez es una garantía, a la vez, de envejecimiento y de calidad. De envejecimiento, porque certifica - con total rigor, pues se utiliza el método del Carbono 14; el mismo que calcula la edad de los fósiles encontrados en la excavaciones arqueológicas - que el vino que la lleva en su etiqueta tiene un mínimo de 30 años de crianza. Y de calidad, porque las bodegas solo sacan al mercado sus mejores vinos con esta denominación. Estas siglas, además, tienen una doble lectura en latín - Vinum Optimun Rare Signatum - y en inglés - Very Old Rare Sherry -.
Este Pedro Ximénez ya lo conocimos en la presentación que la bodega Lustau hizo de sus vinos en Lavinia de Madrid en mayo de 2011 y que ya reseñamos en Vinoencasa. Ahora lo probamos con toda la atención que requiere un vino tan especial.
Cae en la copa denso y muestra un color muy oscuro, caoba, casi azabache, con irisaciones verdosas en los bordes y un ribete castaño-ambarino. La lágrima impregna el cristal y le da tonos de café.
En nariz es muy intenso y complejo. Aquí hay muchas notas que conviene ordenar para discenir la melodía que desprende. Lo primero, mucha uva pasa e higo seco. Es lo que predomina durante todo el tiempo que dura la cata. Pero también están los aromas de mieles oscuras (brezo, castaño) y de azúcar tostada (caramelo líquido). En el terreno de la fruta, detectamos un toque cítrico (piel de naranja, naranja confitada). Y luego, todos los olores propios de su larga crianza: regaliz negro (juanola), café (torrefacto) y maderas (mueble viejo, botas viejas, barnices). Es fantástico. Cada vez que introducimos la nariz en la copa detectamos una nota nueva que añadir a la música olfativa casi interminable de este vino.
En boca también es muy complejo. Entra con potencia y con mucho dulzor, claro. Pero hay un elemento equilibrante de esos dos factores anteriores: su excelente acidez, que impide que nos quede una sensación dulzona empalagosa que nos sacíe al primer trago. Aquí también degustamos el sabor de las frutas secas (uvas y ciruelas pasas, higos secos, pan de higo). En el final lo que queda es el amargor de un buen café negro (caramelo de café). El paso por boca es denso y untuoso, acaricia el paladar como un pañuelo de seda y es muy, muy largo.
No se trata de un vino del que uno repita copa tras copa. Su densidad, su contenido en azúcar y su grado alcohólico nos cansaría. Pero estas dos (bueno, tres, lo confesamos: es el vicio, que nos puede) que nos hemos tomado nos han sabido a Gloria. Así, con mayúscula. Ahora, eso sí, el precio ya no es tan glorioso. Esta botellita de medio litro nos costó unos 36€ en Lavinia, de Madrid.
¡Salud!
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