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sábado, 12 de enero de 2013

TON RIMBAU: VINOS DE RIESGO


Concluimos nuestro viaje a tierras del cava catalán con la visita a Ton Rimbau,  de quien no sabíamos nada hasta que, en el mismo viaje, leímos un reportaje sobre vinos de xarel.lo en la revista Metrópolis, de El Mundo. Escribía Luis Gutiérrez que Ton hace vinos naturales, que los embotella en porcelana y los mantiene sumergidos en agua, en zonas geológicas no negativas; demasiado tentador para nosotros. Así que le llamamos y quedamos con él en Vilobí del Penedés.
Lo primero que hicimos fue visitar unos lagos formados en antiguas canteras de yeso que conforman un enclave bellísimo. Ton está tratando de que los intereses urbanísticos no se lleven por delante este lugar tan singular, en  el que vuela el búho real. El Penedés merece una visita sosegada; está muy cerca de Barcelona, la gran urbe que parece devorarlo todo, y sin embargo en esta comarca todavía se puede disfrutar de enclaves naturales e históricos notables.
Ton tiene apenas 3,5 hectáreas de viñedo, que proceden básicamente de las 7 que tenía su padre, antes de que la construcción de un polígono industrial les obligase a perder la mitad. En su casa se hacía vino a granel, y también se vendía la uva a bodegas, algo habitual en la comarca.
Ton tiene una empresa de cajas de madera para bodegas, esas cajitas que se suelen regalar en navidades y que en estas últimas, con la crisis, se han reducido muchísimo, dejándole en una situación muy apurada. Paralelamente está tratando de llevar a cabo un sueño que empezó hace unos cuatro años, el de hacer su vino, que no es cualquier vino. 
Como tantos elaboradores que vamos conociendo su vino nace en el viñedo, y a ellos fuimos para seguir aprendiendo. Son pocas tierras pero muy cuidadas. Su padre, agricultor al modo tradicional, de los que se mostraban orgullosos de no tener ni una hierba en las viñas, al que “solo le faltaba planchar el viñedo”, murió hace doce años.
Viñedo de Ton (izqda) y otro; sobran las palabras
Ton, autodidacta, siguió aplicando sus métodos basados en los tratamientos sistémicos. Sin embargo su capacidad de observación, su sentido común y su conciencia ecológica le llevaron a ir cambiando, pese al escepticismo de la familia. Para empezar nos dijo que no ara la tierra, que siega la hierba para no levantar polvo, ya que, al arar, los tractores levantan polvo y también se produce el efecto de cierre capilar de la tierra, aumentando su rendimiento. 
Nos enseñó también un sistema de conducción original, en L, de forma que un sarmiento queda en vertical, enlazado a la espaldera, y otro sale en horizontal, hacia la calle entre las espalderas, para conseguir una mejor exposición de la planta a los rayos solares.
Otro ejemplo: a la derecha el viñedo de Ton
Las tareas en el campo siguen un riguroso calendario marcado por los ritmos lunares; algo muy arriesgado porque, por ejemplo, ya tiene apuntado cuáles son los días favorables para la vendimia de este año, y prefiere no hacer vino si, llegado el día, la calidad de la uva que espera no se ha conseguido. Así es este hombre, arriesgado al máximo. Otro ejemplo: hace la poda en días fruta con luna menguante y decreciente, y en determinadas horas, las favorables, por lo que tiene que dar varias pasadas a un mismo viñedo; al igual que lo hace cuando vendimia, ya que solo recoge los racimos que están en su punto.
Observando la naturaleza ha aprendido que sus uvas están a punto cuando las abejas aparecen para darse un festín, entonces hay que darse prisa para no perder la cosecha. Para entonces los vecinos ya hace semanas que han vendimiado. La diferencia es obvia cuando nos enseña la foto de dos pepitas de uva, la de sus racimos y la de otros. La suya es de color rojizo y está dulce, mientras que las otras son verdes y amargan (de hecho hasta piensa en un posible uso de las suyas para repostería). 
Musgo al pie de las cepas, viñedos llenos de vida
También son muy claras las diferencias entre sus viñas y las vecinas. Las suyas bullen de vida y de diversidad de hierbitas y flores (hay hasta acelgas); las otras pueden contar, a lo sumo, con hierbas de un solo tipo, aunque la mayoría están completamente desnudas. Lo de cubrir el suelo le preocupa; lleva años intentando crear un cojín almohadillado de hierbas que permitan guardar la humedad del suelo.
Nos dio también información sobre algunos de los tratamientos que aplica en el viñedo; no utiliza los preparados que se entierran en cuernos de vaca, algo común entre los biodinámicos, porque no le gusta la idea de que haya que matar a un animal para un beneficio que está tratando de conseguir usando otras vías. Como insecticida natural, cuida con mimo una pequeña colonia de arañas -de las que ha hecho el logotipo de sus vinos- tratando de no romper sus delicadas telas, para que caigan en ella todos los insectos dañinos para las viñas.  
Para sustituir el azufre ha probado con polvo de roca y magnesio, usa la lecitina de soja para sustituir al cobre y ha probado con el propóleo, pero es muy caro. Para elaborar su vino dulce de uvas pasificadas y botritizadas en la propia cepa, nos contó que, cuando las primeras hojas se caen, aplica un tratamiento de algas y aminoácidos, algo que ha aprendido de agricultores de Lleida, interrumpiéndolo cuando se empieza a secar la uva; entonces entra en juego la botrytis. Piensa utilizar zumo de limón para eliminar ciertas hierbas duras que crecen hasta cubrir las viñas por completo.
Se muestra preocupado por reducir la huella de carbono, y así le gustaría poder usar un coche eléctrico para pasar entre las viñas, o ya ha decidido que sus botellas vengan en tren (desde Alemania) porque esto genera menos CO2 que si vienen en camión.
Sus botellas se identifican con una plaquita de madera sujetas por un cordoncito; no están pegadas para no usar nigún elemento químico, aspecto que, como otros, le ha llevado a tener que pelear mucho ante la burocracia de su denominación. Se muestra agradecido a los que le han ayudado en su camino, como Albet i Noya, al tiempo que sus ideas han influido en otros como Gramona.
Sus vinos los elabora Manel Avinyó, un enólogo con 25 años de experiencia; esas uvas tan cuidadas no pueden quedar en manos de cualquiera. De esta forma puede hacer un vino sin añadir sulfitos, algo que está atestiguado por los análisis realizados por el INCAVI y que Ton nos enseñó. Al vino sólo se le hace un filtrado de partículas gruesas ya que se cría sobre lías.
Uno de los pozos de almacenamiento
En su casa pudimos ver su sistema de almacenamiento de botellas. Las guarda sumergidas en pozos porque la estabilidad térmica del agua es extraordinaria. 
Temperatura externa (arriba), y del agua 
El envase de porcelana preserva al vino de la luz. Los pozos se encuentran en zonas donde no hay campos energéticos perjudiciales para los seres vivos. Nos explicó Ton que la geobiología, disciplina que se encarga de estudiar la influencia de la Tierra sobre los seres vivos, distingue unas líneas, las Curry y las Hartmann, que son negativas. 
Él simplemente las localiza con unas varillas (es algo sencillísimo) y las evita.
Finalizamos catando sus vinos. El primero fue el Porcellánic vi Xarel.lo 2011, elaborado parte en depósito de acero y parte en barrica nueva.
Enseguida reconocimos el aire familiar de muchos vinos biodinámicos, que afortunadamente están siendo cada vez más reconocidos. Mostró mucha complejidad en nariz, con fruta dulce: membrillo, manzana (sidra natural), dulce de castaña; toques campestres y frutos secos; había notas de fino jerezano, con un peculiar aroma que nos recordaba a maíz tostado.
En boca es uno de esos vinos que descolocan, que desarman porque no son de manual de catas. Su acidez era estupenda y mostró una densidad ligera, con un tacto acuoso que nos recordó las palabras de Laureano Serres hablando del “monovarietal de agua”. Había un toque salino, mineral, evidente y el retrogusto nos regaló de nuevo los aromas anteriores. Mostró una persistencia muy grande.
El segundo vino fue el Porcellánic vi Xarel.lo sur-lie 2011; con una elaboración parecida, aunque con lías. Se mostró muy tímido, y es que estos vinos, al ser vinos “vivos”, pasan por diversos estados. Es otro de los riesgos que asumen estos productores y que la gran industria del vino no quiere permitirse, por lo que dependen del laboratorio para que sus vinos estén siempre dentro de unos valores homogéneos.
Ton nos comentó que hacer estos vinos era como tirarse desde un avión; a nosotros se nos vino a la mente la imagen del austríaco que hace unas semanas se lanzó al vacío desde la estratosfera.
Lo bueno que tienen estos vinos es que están vivos, así que nos llevamos la botella con su taponcito puesto (sin vacío) y a los dos días (día flor) lo volvimos a catar en casa. Y ganó en expresión; en nariz encontramos notas a fruta blanca, florales, y apuntes cítricos.
En boca, volvimos a disfrutar con su excelente acidez, y su paso suave, con su tacto acuoso pero que deja la lengua con la sensación de que toda la materia que contiene el vino se deposita en su centro. Dejó un recuerdo muy prolongado.  
La cosa acabó a lo grande, con el Porcellánic vi dolç natural. Procede de uvas macabeo recogidas en noviembre (cuando lo normal en la comarca es que se haga en agosto) y pasificadas en la cepa. Se elabora en barrica con removido de lías. 
En nariz es de esos vinos que gustan fácilmente, con aromas a miel, a confitura de albaricoque, a yema tostada, a cítricos, con algún toque gomoso, como de plastilina (notas que son propias de este tipo de vinos cuando son jóvenes -nos aclaró Andrew Ashurt, un inglés que va para Master of Wine y que estaba con nosotros en este festival-). En boca tampoco defraudó, con una acidez que mantuvo el pulso al dulce y que hizo pasar inadvertida la carga alcohólica. En boca quedaron aromas a dulce de leche y a yema tostada.
Y qué decir de Ton Rimbau, pues que merece tener suerte. Esperemos que, al menos, consiga los añorados importadores extranjeros que le vendrían muy bien para solventar su situación de apuro. Nos gusta ver su obstinación en el proyecto, basada en que cree en lo que hace; tiene la valentía necesaria para hacer vinos de riesgo.
¡Salud!

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