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sábado, 29 de junio de 2013

BLANCOS DE BORGOÑA EN LAVINIA

Acudimos a la invitación de Lavinia a una cata muy atractiva: blancos de Borgoña. Estuvo presentada por Marie Louise Banyols, directora de producto de Lavinia, a la que se le nota la pasión por su trabajo, o lo que es lo mismo, la pasión por el vino.
Marie Louise Banyols
Comenzó contándonos algunos aspectos generales sobre los vinos de Borgoña, algo que no es fácil ya que estamos en el reino de la diversidad. Recordemos que una cuarta parte de las denominaciones francesas están aquí, y que los pagos, los crus, forman un mosaico interminable en el que suelo, orientación, altura, clima, y trabajo del bodeguero, marcan las diferencias: el reino del terroir. 
Imagen extraída de borgovinsl.wordpress.com
Por lo menos  conseguimos la respuesta a una pregunta que llevábamos años  queriendo conocer: ¿a qué huele, o debería oler, la chardonnay? Marie Louise nos comentó que a nuez, a cítricos, a tostados (no de la madera, es que la uva da esas notas), así como a notas minerales. También recalcó que, por encima de todo, en esta región, la calidad de un vino depende del vigneron, del bodeguero, por encima del prestigio de las denominaciones o de determinados crus. 

Empezamos a lo grande, en Chablis. Es una zona muy septentrional, de heladas fuertes, donde los tintos son casi imposibles. Hay dos escuelas de elaboración: con o sin madera, que a su vez se divide entre los que usan barricas nuevas o ya usadas. Por cierto, las barricas, llamadas feuillettes,  son de 132 litros; resultan una adaptación al reducido tamaño de las bodegas de antaño.
Chablis tiene mucho prestigio, por lo que no tiene especiales problemas a la hora de vender su producción; lo malo de esto es que hay bodegas que, aprovechando esa ventaja, han apostado por un vino industrializado de calidad cuestionable. Sin embargo también se pueden encontrar vinos como el 
"Domaine Pattes Loup 2010" de elaboradores que apuestan por la calidad, como es el caso de Thomas Pico, que apuesta por la agricultura biodinámica en sus apenas 3 hectáreas; no realiza crianza en madera (fermentación en acero y huevos de hormigón).
Un vino que impacta, directo, intenso que atrapa la atención desde el primer instante. En nariz mostró complejidad, con notas de mantequilla, florales, puntas cítricas y recuerdos minerales, y las sensaciones en boca fueron estupendas, con un interesante juego entre la acidez y la untuosidad, un punto seco; la acidez se impone y ayuda a que el recuerdo sea muy largo.  Nos gustó mucho, y el precio  es muy interesante. Cuesta, en la propia tienda de Lavinia, 20 euros.
El segundo vino nos llevó al departamento de la Cote d`Or, donde están las regiones de Cote de Nuits y Cote de Beaune. De esta última (famosa por sus blancos), comenzamos probando el "Hautes Cotes de Beaune Domaine Naudin Les Gueulottes 2011".  Se trata de una cuveé exclusiva de Lavinia. Nos pareció el  menos atractivo, ya que los 12 meses de barrica necesitan integrarse con la chardonnay. En nariz sobresalían las notas de tofe y yema tostada; en boca apreciamos la tanicidad, gran acidez, y notas de amargor final interesantes. Cuesta, nos dijeron,  29,20 euros. 
Mersault es otra de las referencia indiscutibles  de la Cote de Beaune. Aquí ya entramos en el terreno, vedado para muchos, del precio que se puede pagar por un vino; y es que Borgoña es leyenda. Probamos el "Mersault F. En la Barre 2008".
Este vino estaba cerrado y hubo que esperar; de hecho nos gustó mucho más al final de la velada. Advertimos en nariz mucha mineralidad, acompañada de notas almendradas tostadas. En boca resultó excelente, complejo, con gran acidez, jugando entre la delicadeza y la potencia, con un retrogusto estupendo (con muchos cítricos).  Su precio en tienda es de 47,40 euros.

Puligny-Montrachet es otra referencia mítica de Borgoña. De hecho, el Grand Cru de Le Montrachet es una de las viñas blancas más caras del mundo. Uno de sus productores más reconocidos es Domaine Leflaive, del que probamos su "Puligny-Montrachet Leflaive 2009".  Se mostró discreto al comienzo; pero con el tiempo mostró muchísima delicadeza, casi fragilidad. La chardonnay apareció con notas de mantequilla tostada, algo de fruta dulce (melón amarillo, piña), y recuerdos minerales, que en boca también se notaban con precisión. 
Nos gustó encontrar una madera bien ensamblada, de esas que, de verdad, aportan elegancia, quedando siempre en un segundo plano. Nos contó Marie Louise que el vino pasa un año en barrica, hasta que se guarda la siguiente añada; pasa entonces el vino a depósitos de acero unos 6 meses más, hasta su embotellado.  Su precio también es grand cru: 66,90€.

Finalizamos en Corton, donde hay dos viñas calificadas como grand cru: Corton Charlemagne y Le Charlemagne, aunque a veces solo consta la primera. Probamos el "Corton Charlemagne  Philippe Pacalet 2006"  uno de esos vinos que no todo el mundo puede probar habitualmente (parece que los japoneses son más afortunados).  De nuevo, hubo que tener paciencia porque estaba muy cerrado. 
Sin embargo   encontramos notas de pastelería, anisadas, y mucha mineralidad, especialmente en una segunda copa procedente de la otra botella que se abrió -gracias, Antonia, por el detalle- . Insistimos en que probablemente necesitaría más tiempo para expresarse, y es que el tiempo es necesario aliado del vino, y nuestro ritmo de vida actual va en su contra. En boca mostró gran estructura, potencia casi de tinto; gran acidez, amargor sutil pero muy presente, grasa; todo ello dentro de la elegancia de un vino que se corresponde con los grandes de Borgoña, y como tal, cuesta 150 €.  
Quedaba un poco del Mersault perdido en una botella, y a temperatura óptima, así que optamos por alargar las sensaciones placenteras, y con la mesa ya vacía, disfrutar  como se debe de una copa de un buen vino. El Mersault, ahora sí, nos pareció grande, expresando todo su carácter.
Así que allí estuvimos, despidiéndonos de Marie Louise y de Lavinia, que nos hicieron pasar un buen rato.
¡Salud!

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