
Lo descorchamos, no sin ciertos reparos, por aquello de la vejez (no fuera que nos encontráramos con algún defecto en el tapón) y vemos que no hay problemas. Mantiene todavía una capa alta, aunque el borde teja ya demuestra sus años.
En nariz empezamos por advertir aroma a barniz. Pronto aparecen otras notas propias de su larga vida: cuero, fruto seco y madera seca. Afortunadamente también encontramos un fondo frutal que nos hace mantener el optimismo.
En boca, la cosa cambia. La década transcurrida se deja notar aquí. El vino se puede beber, aunque presenta un exceso de guarda que se aprecia en que se estimula más el paladar que la lengua, que queda algo pastosa.
No está mal como experimento. Nos ha costado 8, 55 euros, de saldo en Santa Cecilia de Madrid.
El tiempo es ese juez implacable que pasa factura a todo, incluso a los vinos.
¡Salud!
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