Este vino, elaborado con un 85% de monastrell y un 15% de petit verdot, se presenta con una capa muy alta y un ribete morado, picota, que inidica que aún está en plena juventud.
En nariz lo primero que se aprecia es un aroma empireumático a pan casi quemado o a frenazo de coche. Mal asunto. Esto ya nos hace sospechar que la madera muy tostada de la barrica en que se ha criado va a predominar por encima de todo lo demás. Pero no nos dejamos llevar por esta primera impresión y decidimos darle tiempo a este VVV para que se exprese. Así, más tarde, apreciamos que el olor inicial se expresa ahora como pimiento asado. Pero ... ¿y la fruta?
Esperamos encontrarla al probarlo, pero no es así. Tras de unos potentes taninos, el paso por boca es el propio de un vino con mucho extracto, correcta acidez y muy poco dulce. Incluso deja un recuerdo amargo poco agradable al tragar, que no dejamos de relacionar con el aroma empireumático que ha dominado en la copa durante toda la cata. Al final, lo que más destacan son unos taninos en punta que uno esperaría que se hubieran suavizado después del tiempo que se le supone que ha estado en botella.
En nuestra opinión, se trata de un vino con un exceso de madera muy tostada que no nos ha gustado. Y lo peor es que nos ha costado entre 15 y 20 € en Lavinia de Madrid.
¡Salud!
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