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jueves, 16 de junio de 2011

CATA DE CLOS MARTINET CON SARA PÉREZ





Nos hemos pasado por la bodega Santa Cecilia donde nuestra entrañable Mayte nos tenía preparada una "encerrona" con Sara Pérez, la brillante e inquieta enóloga a la que pudimos saludar en nuestra visita al Priorat-Montsant de hace medio año.


El motivo era realizar una cata doble: una vertical de Clos Martinet (añadas 1996,98, 2000, 2004 y 2007), solapada con una horizontal de 2007, donde podríamos ver las diferencias entre las parcelas de Clos Martinet, Els Escurçons y Camí Pesseroles.



Decíamos que ese era el motivo aunque, en realidad, lo que más ilusión nos hacía era volver a revivir las buenas sensaciones (en cantidades industriales) que tuvimos visitando la comarca meses atrás.

Sara comenzó hablando de cómo había evolucionado la bodega, que es decir lo mismo que el Priorat en general, porque su padre, Jose Luis Pérez Ovejero (que a sus 75 años sigue embarcado, cual Quijote, en aventuras varias, como hacer vino en Suecia o en Egipto) es uno de los "cinco magníficos" que en los años 1980 redescubrieron la comarca y la lanzaron al estrellato.


La primera cosecha de Clos Martinet fue la de 1989. Por entonces primaba el peso de la cultura bordelesa en la que este grupo se había criado. El suelo de licorella (pizarra) parecía ser ideal para desarrollar vinos de guarda. Poco después se dieron cuenta de que, gracias al clima, podían crear vinos con unos taninos bien maduros (a diferencia de Burdeos), que darían a los vinos una capacidad de envejecimiento estupenda. Pero eso provocó una búsqueda de la extracción que se acabó cobrando su precio, en forma de graduación alcohólica ( del 12,5% de alcohol de 1989 al 16% de 1999).


Llegar hasta ese extremo supuso un replanteamiento del ideario. Desde entonces se ha buscado mayor frescor, menor alcohol, con pH más bajo, con vistas a un mejor envejecimiento en botella. Estos cambios coinciden con una apuesta por prácticas ecológicas en el tratamiento del viñedo. Las parcelas dejan de ser asépticos laboratorios para poblarse de hierbas en busca de un equilibrio agrícola que aportase beneficios como, por ejemplo, evitar el excesivo cocimiento de las uvas en el suelo ardiente de pizarra durante el verano.






Paralelamente se ha producido un cambio en la presencia de variedades. Las llamadas "mejorantes" , que además aportaban imagen y prestigio como la cabernet y la merlot han ido cediendo terreno hacia las autóctonas, especialmente la humilde pero robusta cariñena, complemento ideal de una garnacha que presenta problemas de oxidación.




¿Y todo esto para qué? Para buscar la expresión de la tierra, la tipicidad de la región. Señala Sara que los vinos, después de sus primeros ocho años, en los que la uva es la protagonista (donde se puede apreciar la mano del enólogo), pasan a expresar el terruño y su calidad. Es aquí donde Sara hace gala de toda su pasión por el vino y por su tierra, por el trabajo de los antecesores, no solo la generación de su padre, sino también los agricultores pre y postfiloxéricos; los que amaron una tierra dura y difícil de trabajar como la que vemos en las empinadas laderas del Priorat.


En cuanto a los vinos, comenzamos por la cata vertical de Clos Martinet. Nos gusta la elegante nariz de los más antiguos. Como ya nos pasara al probarlos en casa, los Clos Martinet nos resultan difíciles de descifrar. Necesitan tiempo para expresarse, cosa que resulta complicada en el pequeño espacio de la cata.

Posteriormente pasamos a probar los paisajes de la comarca. La finca Martinet Bru es la más cercana a Montsant y cuenta con un clima más fresco. El vino resulta más frutal y más fresco. Es un buen embajador que anuncia la llegada al Priorat. Además cuenta con un precio asequible y resulta muy agradable de beber.


A continuación nos adentramos en las otras parcelas. Els Escurçons es el lugar del Priorat que tiene licorella a mayor altitud. Aquí la protagonista es la garnacha (con un 20% de syrah), que se desarrolla dando matices aromáticos muy elegantes.


Camí Pesseroles es un pequeño homenaje a aquellos agricultores que, tras la epidemia de filoxera, volvieron a plantar viñedos, en este caso de cariñena, mientras que recurrían a la formación de cooperativas para salir adelante. Entramos en el terreno de lo mineral y de la sutileza.


El Clos Martinet de 2007 muestra la evolución de la finca desde la generación del padre de Sara (la que recurrió a las variedades foráneas, que se desarrollaban bien en este lugar) a la que protagoniza ella, en la que se vuelve a apostar por la tradición bien entendida.



Un encuentro muy agradable con una mujer que destila conocimiento y pasión por su trabajo, y siempre desde la sencillez y el cariño. Que siga así.


¡Salud!













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