Seguimos probando los vinos de la bodega Pérez Caramés que visitamos hace un par de semanas. Tras el rosado "distinto", vamos con otro vino de esos que los mercados rechazarían por no atenerse a los cánones. Nada menos que un vino que se elabora a partir de uvas chardonnay cuyas cepas estuvieron cinco años "asilvestradas", sin tocar, como experimento para curarlas del oídio. Al parecer funcionó, pese al aspecto selvático de la plantación. Pero Pablo y Noelia tienen claro lo que quieren hacer y no flaquean en su empeño por ofrecer un producto natural, sin maquillaje enológico.
El resultado es este vino de color oro del que se han elaborado unas 1.000 botellas. En nariz, como en el caso del rosado que probamos la última vez, estamos ante algo distinto. Hay notas campestres, de hierbas y flores; pero también fruta de hueso como melocotón maduro o albaricoque seco. Además, aparecen notas de humedad, como de corteza de queso blanco, y recuerdos de manzana asada.
En boca nos encontramos con un vino untuoso, glicérico, gracias a su 14% de alcohol. Le viene bien que esté fresco para tomarlo. Cuenta con buena acidez y un punto amargo, de hollejo, interesante. Queda una buena sensación frutal.
Un vino que tampoco es
fácil, que no es de "manual". Probablemente, con su aire rústico, no
pasaría el corte en un concurso de cata. El caso es que ahí está, para
quien tenga la curiosidad, para amantes de lo imperfecto...; y para los
lugareños, que son los que lo consumen en los bares de la zona.
Nos costó menos de 5 € en la bodega.
¡Salud!
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