Como nos gustó su vino, y lo que leímos de él, y como se puso a tiro, nos pasamos por la vinoteca La Tintorería para conocer a Alfredo Maestro Tejero. Alfredo muestra pasión por lo que hace, sabe transmitirla, y nos parece un tipo muy honesto y que ha sabido "encontrar" su suerte. Se trajo todo su arsenal para que los vinos hablaran por él.
Es de Peñafiel, y autodidacta. Empezó estudiando los libros de enología de su primo. Hace unos 15 años plantó sus primeras cepas, y lo hizo siguiendo el manual y las tendencias del momento: plantación de variedades foráneas de prestigio, dependencia de la química para que las plantas "estuvieran sanas", y rectificación en bodega si las cosas se torcían. Sin embargo fue un periodo pasajero; esa vía no era la suya. Así que empezó a mirar, a escuchar, a entender su tierra, y, como consecuencia, a desprenderse de los dictados de la ortodoxia enológica.
Mientras nos cuenta esto y aquello, Flequi nos sirve el primero de la noche, "Viña Almate 2012", el buque insignia, por cuanto supone más de un tercio de la producción total de Alfredo ( unas 16.000 botellas, para un total de 40.000 y 15 vinos distintos). Este vino es un compendio de numerosas parcelas, tanto de la Ribera del Duero, como de zonas aledañas, combinando suelos y altitudes diversas. Nació como un "joven roble" al uso, y se ha reconvertido en un vino en el que la fruta de la tempranillo es la gran protagonista. A nosotros nos huele muy frutal, pero también hay un rastro terroso, con notas posteriores de regaliz. En boca notamos la calidez de la añada, que Alfredo no oculta porque se trata de eso, de transmitir la verdad de su terruño y de cada añada; sin embargo éste juega con el raspón (que acompaña a las uvas en la fermentación) para reducir la impronta alcohólica. Es un método que ya conocíamos de nuestros "superheroes" gallegos. El tanino del raspón (ojo, que también hay que saber de esto) es menos agresivo que el de la madera, y se afina mucho antes en la botella.
Alfredo usa madera azuelada, esto es, barricas viejas a las que se les ha quitado, raspado, la capa colmatada, sucia. Queda una madera curada y más amable. El vino está muy rico; buen inicio.
Seguimos con "Castrillo de Duero 2011", tempranillo de cepas de 65 años de la Sierra de la Demanda. Un vino con más estructura, color, corpulencia. A veces hace la fermentación maloláctica en la barrica, y después puede llegar a permanecer muchos meses en ellas.
Al probarlo encontramos más fruta negra (ciruela pasa), más especias. En boca aparecieron notas licorosas.
Nos contó Alfredo que no está acogido a la DO Ribera del Duero. Cuando empezó ya conocía muchos viñedos de alta calidad, tanto dentro, como fuera de la misma. Su estrategia fue labrarse un prestigio basado en su quehacer, hasta lograr una clientela fiel que conocía los "vinos de Alfredo".
Por ello ha podido jugar con mucha libertad en ese terreno, y ha ido ampliando la geografía de sus inquietudes, llegando, por ejemplo, a la Comunidad de Madrid (donde vive).
Seguimos con "46 cepas 2012". Se trata de un merlot, la variedad que más le gusta. Un vino sin madera, con 100% de raspón. Desde luego resulta frutal, con recuerdo dulce a, por ejemplo, fresa acaramelada, aunque sin excesos empalagosos, y con un amargor en boca que, a los que ya estamos acostumbrados, nos resulta muy interesante. Los gustos tardan en cambiar, por lo que la aceptación del raspón puede llevar tiempo; cuestión de apertura mental.
Por cierto, la etiqueta es preciosa; la hizo su hijo con 6 años, tras una visita escolar a un museo. Le gustó Joan Miró. Parece que el talento se ha transmitido con fuerza (también es suya la etiqueta del siguiente).
Proseguimos en Madrid, en Navalcarnero, con "A dos tiempos", un tandem garnacha-tempranillo con 6 meses en barrica (siempre francesa). La calidez del clima madrileño provoca que los vinos salgan potentes; el grado alcohólico se puede corregir en bodega añadiendo ácido tartárico. Pues bien, la solución aplicada por Alfredo para evitarlo es hacer dos vendimias: una temprana, poco después del envero, y luego la que corresponde en otoño. La mezcla parece funcionar, porque en boca no resulta pesado. Mantiene un punto tánico que, suponemos, mejorará pronto.
Y llegó el momento de "El marciano 2012". Nosotros lo conocíamos bien, pues acabábamos de probar una de las 1200 botellas de este vino de garnachas viejas procedentes de 7 parcelas con biodinámica a tope, que hay que ir recuperando las viñas. Esta primera añada se vendimió el 20 de octubre del año pasado, lleva 100% de raspón y ha tenido una maceración de 40 días (nada menos) con los hollejos. Y así sale este marciano cuyo nombre procede de los numerosos avistamientos y demás fenómenos asociados a la ufología. Cuestión de fe.
Dejamos los ovnis y nos subimos a la Ribera, para jugar a diferenciar parcelas. Probamos "La Guindalera 2011" y "La Olmera 2011". Dos parcelas ubicadas en la misma altitud, misma ladera, con la misma edad de las viñas, y con similar elaboración.
Cambia el suelo, y es que un filón de roca caliza pasa por la segunda parcela. Los dos están muy buenos. Nos gusta mucho esta Ribera del Duero, frutal, directa, franca. La Olmera nos pareció algo más fina, más elegante, aunque se trata de pequeños matices.
Por entonces Alfredo nos contaba prácticas como sus elaboraciones en depósitos de plástico y otros usos alejados del glamour que se le supone a esto del vino (en contraste con la imagen que dan muchas bodegas de la zona, la "milla de oro" del vino español); incluso, oímos hablar de resistencias de peceras en los tanques de fermentación. En cuanto al uso de sulfuroso, nos dijo que solo echa un poquito antes de embotellar.
El siguiente vino fue el "Viña Almate Garnacha" 2011. viñas casi centenarias, con 50% de raspón y 12 meses de barica. En nariz nos encantó, mostrando los encantos, frutales y florales, de una buena garnacha, acompañados de notas especiadas; por un momento nos fuimos a Barolo y al profumo de la nebbiolo (sería la añoranza, que se presentó de pronto). En boca, como los anteriores, mostró ese punto de tanino que merece algo más de botella para su afinamiento. Creemos que estos vinos prometen muy buenas sensaciones en un plazo breve.
De nuevo en Madrid, en Titulcia, para probar "La Viñuela 2010". Otro garnacha-tempranillo con 14 meses en barrica que nos dio la calidez propia de esta tierra, en forma de recuerdos licorosos, de vino de Oporto, muy agradables.
El undécimo vino fue el tempranillo"Gran Fausto", otro homenaje familiar, en este caso a su padre. La historia es interesante, solo se ha elaborado en
2003 y en 2009, que es el que probamos. Resulta que Alfredo tenía una bodeguilla subterránea en Castrillo de Duero, que sufrió un derrumbe parcial, y como no tenía los 6.000 € necesarios para la reparación, allí que se quedó el vino. Y no le fue mal la estancia, porque, pese a que estamos ante un vino con 40 meses en barrica, encontramos elegancia y finura, dentro del perfil frutal y fresco que probamos en los anteriores.
De tintos pasamos a un rosado de garnacha tintorera, "Amanda" una singularidad de aromas minerales y gran acidez en boca. Sin duda, no es el vino para quienes esperan la amabilidad golosa de este tipo de vinos.
Y concluimos con el blanco, "Lovamor", un vino que ya no queda en el mercado, elaborado a partir de la uva albillo mayor, con unos
aromas interesantes, con mucha hierba aromática, algo de corteza de queso, y buena mineralidad. En boca sorprende su acidez. Le preguntamos sobre los matices oxidativos que suelen aparecer en este perfil de vinos, y nos comentó que usó nieve carbónica para enfriar el tanque mientras se producía la maceración pelicular (una semana). Así consiguió buena extracción de color, pero una inhibición de la oxidación.
Como la cosa ya estaba en un buen punto, apareció "La cosa". ¿Y que es eso? Pues un vino procedente de unas cepas de Moscatel de Alejandría con aromas dulces, amielados, y con una acidez extrema que, la verdad, no nos gustó. Pero lo dejamos en el terreno experimental.
Y para terminar la fiesta nos fuimos a Cebreros, a una sesión de arqueología. Resulta que es tradición por aquellos pagos el tener barricas viejas, de Jerez, que se van rellenando cada año con un vino de albillo pasificado. Rubén, viticultor local que acompañó a Alfredo en la presentación, nos dijo que el vino que estábamos probando procede de una bota de finales del siglo XIX. ¿Y qué nos deparó la experiencia? Pues fue muy positiva. En nariz, hay una mezcla de notas muy dulces: café, chocolate, dulce de algarroba, aunque también hay notas sucias ( y es que estamos en el ámbito de lo casero, no en una "catedral" jerezana).
Y en boca también estaba rico. Pero sobre todo nos quedamos con la sensación maravillosa, otra vez, de jugar con la máquina del tiempo. Y es que el vino es único en ese menester.
Pues eso, que viva el vino. Y gracias, Maestro.
¡Salud!
Buen reportaje. Gracias por compartir esa experiencia. Nos faltan unos cuantos por probar, pero el Almate tiene una excelente RCP, el Marciano nos parece genial y con el Lovamor ... Pues in love I fell ...
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