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martes, 10 de julio de 2012

BERNARDO ESTÉVEZ, OTRO RIBEIRO DISTINTO.


Estuvimos con Bernardo Estévez en el concello de Arnoia, en Ribeiro. Nos lo recomendó Miguel, gran conocedor de este mundo, y mejor persona, de la taberna "A Curva" de Portonovo (Pontevedra).  Le pedimos consejo para seguir conociendo a los buenos elaboradores gallegos, los que se salen de todos los prejuicios y tópicos vinculados a estos vinos, y nos habló de Bernardo, que está elaborando un vino muy interesante, de nombre Issué (según Bernardo, es como los gallegos de la zona de Vigo dicen lo que en castellano es "eso es" - la doble ese es para darle un punto exótico a la marca), con un modelo de viticultura muy respetuosa con la naturaleza.

Por ahí empezamos nuestra conversación, mientras paseábamos por algunos de sus viñedos. Bernardo nos dio a conocer el concepto de permacultura, y las ideas del japonés Masanobu Fukuoka.
Como era la primera vez que oíamos hablar de esto, le pedimos aclaraciones. Partimos de algo que nos suena más, como la biodinámica. Él nos explicó que la biodinámica se diferencia por su capacidad para intervenir ante los problemas de las plantas; por ejemplo, el preparado 501 es un acelerador vascular porque tiene mucho silicio, cuya estructura cristalina es muy útil en países de una insolación a veces escasa, como norte o centro de Europa. La permacultura utiliza a la naturaleza como principal aliado del agricultor, dejando que sea ésta la que actúe para reducir al mínimo la intervención del ser humano; supone un estudio profundo de los ritmos naturales para jugar con todas las posibilidades que ofrece con el fin de mantener el cultivo, en este caso el viñedo, en óptimas condiciones.

Pudimos comprobar de nuevo la atomización parcelaria de esta comarca y el durísimo trabajo de siglos creando terrazas en estas colinas que miran al río Arnoia o al Miño. Fueron estos gallegos duros los que crearían después muchas de las famosas terrazas del portugués Duero. Muchas han quedado reducidas a ruinas y absorbidas por el monte. Es el efecto de la despoblación

Bernardo está tratando de recuperar variedades locales, silveiriña, tinta amarela (la touriga nacional portuguesa) ferrol, carabuñeira, pedral, castañal (estas dos ya en los límites con la comarca del Condado, en Rías Baixas). Nos enseñó también su método de cultivo: sistema de poda guyot que busca crear con la conducción de la planta una especie de vaso en altura. Y es que aquí, aunque no lo parezca, el sol es duro y no llueve tanto como se pudiera pensar tratándose de Galicia.
A diferencia de otros viticultores, hace el coupage en la propia tierra; las distintas variedades están mezcladas y acaban fermentando juntas en el depósito. Nos enseñó algunas de las prácticas, que podríamos calificar de homeopáticas, para cuando debe intervenir (hay que hacerlo con la planta hasta que esta ya vive en un suelo regenerado y autosuficiente, sano). Se basa en la utilización de la naturaleza:
infusiones de plantas, plantación de avena, que mejora la estructura al incorporar carbono, o veza para nitrogenar (se incorpora al suelo cuando muere), las hierbas, con sus raicillas, crean los canales de oxigenación, que una vez muertas permiten la activación microbiana que descompondrá la materia orgánica y acabarán sus elementos por incorporarse al suelo.

También la hierba protege al suelo del problema de la desertificación, importante para las viñas jóvenes. A esto se suman otras prácticas, como reinjertar viñas autóctonas, que son las que le interesan, sobre pies viejos de alicante o jerez; su trabajo diario, solitario y manual en sus 2,5 hectáreas; no cortar las guías de la planta, sus puntas, para evitar desórdenes hormonales.

No es la suya una historia fácil. Hasta hace pocos años era mecánico en Vigo y su contacto con el vino, como en tantos otros casos, viene de familia: sus padres, su tío José, que tiene una bodega, y sus abuelos. No estudió enología. Cuando decidió jugársela de verdad, contactó con cultivadores portugueses, especialmente André Enriques, que le introdujeron en estas prácticas naturales, y actualmente hay que citar en la comarca la figura de Xosé Luis Sebio, del que escribiremos en la próxima entrada. Hasta ahora ha podido mantener su sueño porque no paga hipoteca y apenas gasta en alimentación; pero lo tiene difícil en este momento, en un contexto de crisis, de reducción del consumo de vino en España, de desconocimiento general avanzado en el mundo del vino.

En su pequeña bodega no encontramos despliegue tecnológico, salvo unos pocos depósitos de acero inoxidable. Tiene que ayudarse de amigos como Sebio al que, en bonita simbiosis, puede dejar sus preparados.Allí pudimos probar su vino, el Issué. Comenzamos por el 2011, que está en depósito tras su permanencia en barricas. La base del vino se compone de las uvas lado y treixadura y se acompañan de silveiriña, loureira, godello y albilla.
  Nos olió muy bien, con complejidad floral, frutal y balsámica. La madera estaba muy bien integrada. En boca también, aportando sensación de redondez a un conjunto que apunta a muy placentero. Los 14 grados de alcohol (sí, 14% en Ribeiro, esa tierra que se conoce -se desconoce más bien- por vinos fresquitos y sencillos) estaban muy bien compensados.
Después abrió una botella de 2009 que nos dió la bienvenida con notas muy claras de mantequilla y bollería. En boca hubo de nuevo complejidd, untuosidad y elegancia; blanco con cuerpo sólido de tinto pero amable al tiempo.
Rematamos con su proyecto de tinto, que está en barrica. Una mezcla de tinta amaela, tinta roriz, mencía, sousón, brancellao, tinta da zorra y ferrol. Un vino que nace de uva pisada y con raspón incorporado. En nariz nos encantó volver a encontrar esos aires de vino gallego que se pueden reconocer en varios buenos elaboradores, llenos de matices florales, frutales, balsámicos, tan distintos al monótono panorama olfativo español. En boca nos encontramos con la aspereza del raspón, su verdor, que no nos impidió apreciar que tiene buen cuerpo.
Resultó una visita muy agradable, instructiva y sorprendente por cuanto nos encontramos con un proyecto de vino muy interesante y arriesgado. La lástima es que el mercado no favorezca estas aventuras. Quizá haya que esperar, como tantas otras veces, a que venga un extranjero a valorarle y a llevarse su pequeña producción de 1.000 botellas.
¡Salud!

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