LIRONDO
Comenzamos con
Lirondo 19, lo más reciente. Procedente de un viñedo
de casi tres décadas, se trata de
un vino “sencillo”, básico, en cuanto a que está concebido para mostrar una añada,
un suelo, unos rendimientos que son la mitad (más o menos) de lo que
se estila en la zona, y las características de una uva, a través
de una elaboración respetuosa, usando el depósito de acero
inoxidable como vehículo para mostrar esas características.
En nariz muestra aromas limpios y de cierta intensidad. A partir de ahí, podemos jugar a disfrutar con una variedad notable de matices que vienen y van. Se trata de un vino vivo, cambiante, que pasa de los toques frutales ( lo tropical, la fruta de hueso), a los vegetales (también variados: a veces hoja fresca, como de higuera, otras veces tirando a anisados...).
El factor suelo es importante en los vinos de Manuel; se aprecian sus características. Estamos ante terrenos de cantos rodados, con mezcla de arena y arcilla, y con caliza en el subsuelo ( no es mala combinación, creemos, para aportar calidad). Lirondo se ha elaborado sin contacto con las pieles, para que el mosto transmita toda esa carga aromática y sápida. Y ese mosto ha estado medio año ( algo más) de contacto con las lías; eso sí, sin removido de las mismas. ¿Por qué? La verdejo es una variedad ya de por sí bastante grasa.
En boca encontramos virtudes. No es fácil lograr el equilibrio entre esa grasa, esa untuosidad propia de los vinos de la Meseta, y de una añada cálida (al menos si tenemos en cuenta el subidón de temperaturas de septiembre, momento crucial), con la acidez.
Nos encantan estos vinos de base cuando son buenos; son una tarjeta de presentación estupenda para la bodega.
A este vino lo conocemos desde su origen (añoramos la añada 2016 que hemos disfrutado hasta este mismo año –es que no quedan botellas, hablamos de pequeñas producciones-).
Es el resultado de la conjunción de dos tercios de la uva procedente de la parcela de Lirondo, y el otro tercio procede de la del hermano mayor, Mondo, una parcela con un suelo más compacto, más arcilloso (que aporta más contundencia y profundidad al vino).
El adjetivo salada hace referencia a otra de las cualidades que nos aportan los vinos elaborados por Manuel; podemos apreciar la salinidad de ese sustrato calcáreo que actúa de roca madre.
En nariz el vino gana nuevos matices por el ensamblaje y, como lo conocemos bien, sabemos que puede rendir a la perfección durante años. Son vinos, estos que comentamos, que te permiten jugar a dos bandas: el trago fácil y amable, para compartir en charla distendida, con o sin acompañamiento sólido, y también permiten una experiencia más profunda, de mayor quietud, porque estos vinos muestran matices según pasan las horas, y hasta los días.
MONDO
Mondo sería, por cantidad (unas 600 botellas), el vino más exclusivo, aunque quizá debamos extender este adjetivo a los anteriores; por ejemplo, de Lirondo 19 hay algo menos de 9.000 botellas, número que tampoco resulta apabullante.
En el caso de Mondo hemos podido probar en muy poco tiempo dos añadas, la 2017 y la 2018. Este vino de parcela presenta una elaboración distinta. Se elabora en tinas abiertas a partir de uvas despalilladas (la verdejo muestra un carácter vegetal que no hace necesario jugar con el raspón). El mosto está en contacto con las pieles durante un mes. Más tiempo no, porque podría perder el carácter varietal; no es necesario hacer otro “vino naranja”. Por eso mismo, tras la maceración, el vino pasa a madera (bota de 500 litros de roble francés) durante 11 meses para desarrollar una microoxigenación que haga aflorar todo ese mundo aromático que se ha generado en la maceración. De ahí pasa a botella.
La añada 2017 nos mostró la combinación de aromas “frutales” (no queremos ser categóricos; valen registros como el albaricoque, la paraguaya, la piel de naranja…) y vegetales, con los aportados por la madera. En ese juego de aromas, podemos ir desde la frescura vegetal hasta los matices almibarados (jueguen ustedes a descubrir y disfruten).
En boca volvemos
a disfrutar de las sensaciones que sus hermanos nos ofrecieron antes:
la untuosidad, la salinidad, y la acidez, unida en Mondo a cierta
tanicidad aportada por esa maceración con las pieles. Se trata de
vinos con cierta concentración (de ahí que permitan una lectura de
vinos serios, de carácter). Son vinos que permanecen en boca durante
bastante tiempo, que invitan a la salivación sabrosa. Por cierto, aguantan muy bien una vez abiertos y siguen mostrando su potencial pasados algunos días (algo no muy frecuente).
Mondo 2018 tiene
matices más cálidos, reflejo de un septiembre agosteño. Y ahí
está uno de los aspectos valiosos de Manuel, que busca reflejar algo
tan sencillo, y tan complicado, como un año agrícola en una tierra concreta, cuidando una uva que se ha visto alterada muchas veces por visiones
productivistas, industriales, perdiendo imagen de calidad.
Pues bien,
gracias a personas como Manuel Cantalapiedra, podemos decir que la verdejo es una gran
uva, una uva bien adaptada a un clima como es el mediterráneo continental español,
y capaz de ofrecer calidad y sensaciones placenteras.
¡Salud!
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